No es lícito, ni ético, ni moral, ni humano, que algunas editoriales —más ese al parecer ineludible y nutrido rebaño de políticos e intermediarios poco escrupulosos en su forma de enfocar el concepto “negocio” u “obligaciones”—, se lucren con la venta de libros de texto para el colegio de nuestros hijos. Por si unos y otros lo han olvidado, o no lo saben, o no quieren saberlo, la educación integral del niño es uno de los pilares fundamentales, no solo de su futura convivencia como personas adultas, sino como miembros sobresalientes de una exquisita democracia pletórica de valores en positivo.
Creo que el Ministerio de Cultura, ¡qué digo el Ministerio de Cultura!, la Unión Europea, ¡qué menos, debe abogar, decantarse más bien, por el libro electrónico o un simple tablex interactivo, urgentemente. No solo abogar y luchar denodadamente por ello, sino implicarse con todas sus fuerzas dado el beneficio, en todos los aspectos, que conlleva el cambio. Si las materias de estudio se digitalizan, una vez pagados los consiguientes derechos de autor y puesta a punto, el niño dejará a un lado la pesada mochila de más de 20 kilos (adiós a los dolores de espalda) y dispondrá de todas las materias de estudio, consulta y ocio, en un dispositivo digital de apenas 200 gramos de peso y 1.000.000 de toneladas de peso educativo y cultural; o sea, 0 % en daños y 100 % en beneficios netos.
Y no solo eso: al abaratar los costes en un 99 %, el ministerio de Cultura podrá distribuir el archivo con el Plan de Estudios, totalmente gratis al alumnado. Conste que no sería exactamente gratis pues nuestros impuestos habrían pagado con creces el coste del material digital de enseñanza, produciendo, al tiempo, beneficios incalculables al Estado basados en esta fundamental política de ahorro.
